En el autobús.

Si, lo reconozco, no se conducir. Es algo innato a mi y no hay vuelta de hoja (mi padre tenía una autoescuela, con eso dejo clara mi incapacidad). Por lo cual, y teniendo en cuenta que me crié en una familia en la que un taxi solo se utiliza en peligro de muerte (es decir, para ir al hospital) uso el autobús urbano.

En él he vivido múltiples anécdotas;
- desde llegar corriendo a pillarlo y ver como te cierran la puerta en las narices y se va..
- Observar como una señora, elige el asiento en el que se quiere sentar, le ceden tres pero ninguno le gusta: uno es alto, el otro va en sentido contrario a la marcha y otro no tiene ventana, con lo cual “obliga” a la joven que tiene el asiento que quiere a levantarse.
- Ver que al cartel de “No se puede hablar con el conductor” le falta la coletilla, ..salvo que sea su colega”
- Quedarme con cara de tonta cuando pedí: “Un billete por favor” (si, soy así de educada) y mi hija dice : “Mamá, dos que hoy cumplo cuatro años y ya pago”


Pero el otro día viví un momento surrealista. Me senté en un asiento. En la siguiente parada se sube una pareja de unos 20 años (chico-chica) el autobús iba lleno, no había ningún sitio, así que la chica después de mirar se sienta….en mi cuello, regazo o como lo queráis llamar. ¡No me lo podía creer!. La miraba y se hacia la loca, así que…..ayudada por el cuerpo serrano del que disfruto y el monísimo vestido Baby-doll, que llevaba le dije: “perdona”, la aparte un poco y saque de mi bolso unas bolsitas plastificadas que llevo siempre (algún día os contare todo lo que llevo en mi bolso, mis amigos lo llaman el bolso de Mary Poppins), “Es que llevo faltal el embarazo, devuelvo en cualquier sitio” llegados a este punto hice un amago de nausea y mano de santo, se levanto IPSO FACTO.